El Hueso Primordial: De dónde (demonios) salió "Cagada Pagada"
Descubre la verdadera historia detrás de la novela ‘Cagada Pagada’. No nació de la inspiración, sino de la resistencia silenciosa en una oficina que huele a café requemado.
Abilio Galleta
7/17/20254 min read


Hay una pregunta que acecha a todo cronista, a todo el que decide juntar letras para contar una historia: ¿de dónde vienen? Algunos dirán que de la inspiración, esa musa caprichosa que te visita en la ducha. Otros, que de un sueño febril. En mi caso, la respuesta es mucho menos poética y huele sospechosamente a café requemado y a desinfectante de limón industrial.
"Cagada Pagada" no nació de un destello, sino de una excavación arqueológica. Fue un proceso de desenterrar fósiles de dignidad en un lugar donde se suponía que no debía quedar ninguna: mi propia "Pecera".


Todo empezó en una de esas oficinas que son un oxímoron con patas. Sobre el papel, era el brazo de una multinacional dinámica, un tiburón en el océano corporativo. En la práctica, su alma era la de un negociado de provincias en un agosto perpetuo. La inercia era la principal fuerza de la naturaleza. Los personajes que pueblan el libro —el cínico brillante, el ansioso devorado por la burocracia, el tirano con delirios de grandeza— no son invenciones. Son retratos al óleo (o más bien, a tinta de impresora barata) de los perros con los que compartí fluorescentes, reuniones inútiles y el silencio tenso de los viernes por la tarde.
Allí descubrí una verdad fundamental: el verdadero enemigo no estaba fuera. Los clientes, los competidores, los desafíos del mercado... eran meros inconvenientes. La verdadera batalla, la guerra de trincheras diaria y desgarradora, se libraba contra la estupidez interna. Contra el formulario que necesitaba una firma que requería un comité que nunca se reunía. Contra las cortapisas ilógicas y las jerarquías de poder basadas en la antigüedad y el servilismo. Sobrevivir a La Pecera no era cuestión de talento, era cuestión de resistencia a la idiotez.
Durante años, acumulé estas historias en mi cuaderno. La hipocresía, la burocracia, la lucha por la dignidad... era un buen material, pero le faltaba algo. Un catalizador.
Y entonces, encendías las noticias. Y veías a otros perros con otros collares, en otros despachos mucho más grandes, usando la misma jerga, la misma hipocresía, la misma desfachatez para justificar lo injustificable. Veías a líderes predicar sacrificios mientras sus propias vidas eran un festín de privilegios. Veías la normalización de la mentira como herramienta de gestión, el nepotismo disfrazado de "confianza estratégica" y la incompetencia premiada con ascensos.
Y de repente, todo encajó. La Pecera no era una excepción. Era un reflejo. Un microcosmos perfectamente destilado del gran circo. La desvergüenza de los de arriba, en cualquier ámbito, validaba y alimentaba la pequeña tiranía de los Yáñez del mundo. Ese fue el empujón final. La historia dejó de ser solo una sátira de oficina; se convirtió en una fábula urgente sobre el poder, la corrupción y la necesidad de no rendirse.
"Cagada Pagada", al final, es un grito de guerra silencioso. Es un manual de supervivencia para cualquiera que se haya sentido como una pieza anónima en una maquinaria absurda. Es un homenaje a mi amigo del baño y a todos los que, cada día, encuentran su pequeña forma de resistir.
Porque aunque a veces parezca que la única salida es quemar la jaula, la verdadera victoria, la que nadie te puede quitar, es la que reclamas minuto a minuto, en el santuario de tu propia conciencia. O, en su defecto, en el de la última cabina al fondo del pasillo.
Únete a la resistencia. Únete al Sindicato del Escaqueo.


Pero la verdadera epifanía, el hueso primordial de esta historia, no me llegó en una sala de juntas, sino a través de un mensaje de Wow!p. Tenía un amigo, uno de esos tipos con un cerebro tan afilado que podría cortar un diamante, atrapado en su propia versión de La Pecera. De vez en cuando, en mitad de la jornada laboral, me enviaba una foto desde el baño de su oficina.
No eran selfies. Eran actos de performance surrealista. Una foto con un rollo de papel higiénico en la cabeza a modo de corona. Otra, haciéndose el dormido sobre la taza del retrete, abrazado a la escobilla. Y el mensaje que acompañaba a la imagen era siempre una variación de lo mismo: "Frente a la máquina del absurdo, solo nos queda esto. Resisto a mi modo."
Al principio me reí. Pero luego lo entendí. No era una tontería. Era la declaración filosófica más profunda que había visto en años. Era la resistencia en su forma más pura y silenciosa. Era un acto de reclamar la propia alma en el único metro cuadrado de la empresa que no podía ser monitorizado, optimizado o “sinergizado”. Mi amigo no estaba perdiendo el tiempo; estaba librando una guerra de guerrillas por su propia cordura.
Ahí nació Mandíbulas. Ahí nació la filosofía de la "Cagada Pagada".
Me di cuenta de que no estábamos solos. Otros amigos me contaban historias idénticas: jefes que predicaban austeridad desde sus coches de lujo, reuniones para planificar reuniones, acrónimos que nadie entendía pero que todos asentían con gravedad. La resistencia silenciosa era un fenómeno global, un secreto a voces susurrado en las máquinas de café de todo el mundo.